Se ha dicho que Castilla hace sus hombres y los gasta. Es una frase de rudeza y simplismo militar. Lo que ocurre, más bien, es que España es una gran desperdiciadora de hombres. A España le nacen los hombres (que tampoco los hace, sino que, en todo caso, los deshace). Y no los gasta, sino que los derrocha.

El Gran Capitán es, ante todo, un gran derrochado.

A Quevedo se le derrocha en intrigas de condottiero o se le usa como preso, en San Marcos de León.

¿No había otra joya que guardar en el estuche arquitectónico de San Marcos que el gran barroco Francisco de Quevedo? Nuestro siglo derrocha a Unamuno en una cátedra de provincias. Derrocha a Machado en institutos intransitables. Derrocha a Valle-Inclán desgastándole de hambre. Derrocha a Ortega y D’Ors en el periodismo.

No es que no salga nada. Es que todo lo derrochamos.