—Mira, Asís, estamos asistiendo a una constante de la historia. Olivares prescinde de Quevedo cuando se le antoja. Y, por venir más cerca, Alfonso XIII prescinde de Primo de Rivera cuando ya le resulta incómodo. El caso de Carlos V, agachándose a recoger el pincel caído de Tiziano ya viejo, es un caso que hace excepción. Franco prescinde de Serrano Súñer cuando le molesta y así sucesivamente. Felipe ha prescindido de Alfonso Guerra, no por lo del hermano, que cosas más graves se han visto y se verán atenuadas por la mano de Felipe. A Alfonso se le despide porque la criatura siempre se vuelve contra su creador, y Felipe es creación de Guerra, quien le lleva al teatro, en Sevilla, y luego le hace comprender que su manifiesto porvenir político, indeciso a esa edad, está en el PSOE. Quizá sin Alfonso, Felipe hubiera caído en otras tentaciones, como el comunismo de Carrillo, que era la más fuerte por entonces. Pero Guerra es ya otro Felipe, el revés del jefe, y un jefe, llegando donde ha llegado, no puede tener un doble, porque los dobles traicionan, como los «negros» en literatura.