El hombre vive desgarrado entre las dos vías más profundas de conocimiento directo del mundo, la oral y la sexual, que la evolución ha situado, en él, a gran distancia la una de la otra.
Casi todos los mamíferos disfrutan o viven oralmente su falo, menos el hombre, por su posición erecta (casi todos los niños hemos intentado, mediante inútiles retorcimientos, alcanzar nuestro falo con la boca). De este distanciamiento trágico (uno de los precios que pagamos por la evolución), quizá vengan todas las homosexualidades: el hombre y la mujer disfrutan del sexo de otra persona como vicario del propio.
Lo que pasa es que el falo es falible. Esta falibilidad del falo —fiasco, lo llamaba Stendhal—, engendra toda la inseguridad del hombre y, por tanto, toda su seguridad; fascismos. Hitler era ciclón, que es como se llama en castellano al hombre de un solo testículo. El falo, falible o no falible, siempre compensa y remedia su falibilidad mediante la fantasía. Las fantasías del falo, las fantasías eróticas de la adolescencia y el sueño, superan con mucho las necesidades y posibilidades del falo. El falo imagina por sí mismo. El falo tiene imaginaciones que la imaginación (racional) ignora.