Ahí queda su libro censurado, mancillado por los críticos y los jueces, mutilado e inmortal, como un puñado de hojas que el otoño ha reunido en el Luxemburgo. Hoy ese libro se estudia en todos los colegios de Francia y en todas las universidades del mundo. Las capitulares de Las flores del mal son los gatos escépticos y monologantes que ilustraron su soledad, los gatos que se pasean por los aleros del libro como por el tejado del suicida cuya vida no fue sino un largo suicidio. Había comprendido que no se puede «ser sublime sin interrupción». Pero Baudelaire, padre de la modernidad, sí es leído sin interrupción.