Coincido en una televisión con Concha Velasco. Pasamos una hora de espera, solos, charlando. Ella whisky y yo ginebra. «Estoy en una mala edad, Umbral.» Comprendo lo que quiere decir. La actriz, la cómica —me gusta decir «cómica» y «cómicos», como dicen ellos, con viejo y entrañable autodesprecio— tiene unos años en que ya es vieja para damita joven y todavía es joven para madre vieja, para «característica». Concha, que ha triunfado casi excesivamente (entiéndaseme), está viviendo la incertidumbre de esa transición, que en cambio no se da en los actores porque el género masculino somos más favorecidos por la sociedad, el tiempo y la profesión, casi siempre. En la mujer —aunque sea gran artista, como ésta— siempre y sólo se busca la lozanía. El hombre puede madurar e incluso ennoblecerse con los años. Siempre hay un papel para el hombre en el teatro y, lo que es más importante, en la vida. Concha tiene una belleza tan española que su cara es casi un tópico. Un tópico con un lunar. Y la risa perdurable. Cuando la creemos y sabemos triunfadora, basta un rato de charla íntima para que se me ensombrezca la gran riente, después de tantos años (ella cree que somos paisanos de Valladolid, aunque no es verdad).