YO había vivido el tardofranquismo a la sombra de las muchachas rojas. Noches de Oliver, presididas por la trasnochatriz María Asquerino, con su Versalles de galanes, galantes, violantes, violadores, cómicos, cómicas, enamorados de varios sexos que hacían cerco y círculo en tomo a la reina tácita del alba del alhelí albertiano y de izquierdas.

Era la izquierda exquisita o izquierda festiva, como, más madrileñamente, la llamó Manolo Summers. Tenía su zarina en la gran María y su cabeza visible, de calva pálida y un poco papal, en Adolfo Marsillach, que a veces se quitaba o se ponía la cabeza para que se le viese la inteligencia —se le veía de todos modos—, y que por entonces tenía una mujer oficial, espectacular y quizá banal: Tere del Río.