—¿Y usted qué quiere, joven?
—Hacerle una entrevista para provincias.
—Pepe Ortega ha escrito sobre la redención de las provincias. Las provincias no tienen redención.
(Es falso que don Ramón cecease: yo le he hecho algunas entrevistas, a más de esta que cuento, y no ceceaba nada: su ceceo ha quedado como la homosexualidad de Sócrates, en una hipótesis de trabajo para los que no quieren trabajar en serio.)
—Entonces ¿qué tienen que hacer las provincias, don Ramón?
—Incendiar Madrid.
(Aquello era toda una exclusiva y se iba a vender bien en provincias y en todas partes.)
—Baroja.
—El otro día lo he encontrado en la calle de Alcalá y venía del heraldólogo de recoger su árbol genealógico. No te jode el anarquista.
—Galdós.
—Una vez se paseaban Baroja y él por la periferia. Al llegar al límite del casco urbano, uno de ellos dijo: «Volvámonos, esto ya no es Madrid.»
—¿Cómo se llama esa figura, don Ramón?
El Ateneo era una mitología flotante de óleos del XIX y estatuas malas, como un naufragio en el mar del olor a sopa.
—Eso se llama provincianismo.
—Cuentan los cronicones que usted ha reventado estrenos teatrales de Galdós.
—Es un viejo que sólo mira la peseta. Tiene calculado lo que va a darle, en reales, cada Episodio nacional. La historia de España no se escribe a cuproníquel.
—En El Pardo hay un Tirano Banderas, don Ramón.
—Todo estaba previsto en el libro mío que usted ha citado, joven. Y en El ruedo ibérico, del que ya ha salido algo. Lea usted El ruedo ibérico, joven.