—Tú eres Pedro.
—Tú eres Jonás.
Estaban orinando hombro con hombro y de pronto se reconocieron, aunque no se veían desde la escuela. Salieron juntos a la calle. Ya me imagino a lo que vienes aquí. Y yo a lo que vienes tú. No me digas más. Eso es que no te van bien las cosas. Como a ti. Pedro es bajo, ancho, con el pelo muy negro, liso y revuelto, y la cara color de tierra y cicatriz. Jonás es Jonás. Ya en la escuela eran los peores. Compañeros de pupitre y por eso mismo enemigos. Jonás le había reventado una oreja a Pedro, en un recreo, y Pedro le había abierto la cabeza a Jonás, en unos novillos de invierno. Iban a todas las canteas y a veces estaban en el mismo bando, y a veces en bandos contrarios. Pedro tenía mejor puntería, y además sabía caminar sobre las manos. Jonás era más paciente y más cruel. ¿Cuál fue la oreja que te reventé? Ya ni me acuerdo. Beben vino en el bar de la esquina, que es donde los señores de la Audiencia llevan a tomar churros a los niños del mercado, a sus posibles conquistas.