Siglos más tarde, la vida, que no es sino el organigrama equivocado de un estructuralista bujarrón y pasado de moda, encontraría para mí esta figura gratificante y compensatoria del ángel custodio, criatura nicena, teológica y con pestañas postizas de cabaret a lo Crazy Horse, que, entre tanta geología de mujeres y lagos bioespaciales, tuvo para mí, no sé por qué, la virtud ensalmatoria, refrescante, lustral y medieval de devolverme mi picha como colocándole a un retablo barroco lo que le faltaba, la pieza perdida. (Sólo la mujer como ángel custodio —esta y otras— le redime a uno para siempre del ángel de las masturbaciones, que, si no, puede dominar y ensombrecer toda una vida).