Pasé el verano escribiendo una novela a diez folios diarios (de ahí la algia del hombro, ya no estamos para nada), y ahora me apetece hacer algo más íntimo y más libre, sin la «odiosa premeditación de la novela», que dijo André Bretón. Amo los géneros literarios por donde corre el tiempo real, vivo, lozano: memorias, diarios íntimos, crónica periodística. El tiempo de la novela es un tiempo falso, convencional, parado, del que dispone el autor como de un capital, mezquinamente. El tiempo de las memorias, de la crónica, del diario íntimo o público supone escribir con los pies sumergidos en las aguas del pasar (también logran esto algunas biografías, incluso). Ningún tiempo tan manantío en todo Juan Ramón Jiménez (que no escribió de otra cosa) como el tiempo de Platero, que es el tiempo real, o casi, de un burro.