Lo de Libertad era como un gañido en mitad de la calle, pero el público de la ciudad apenas si se interesó por el nuevo periódico (que en general se regalaba), que era fundación del rústico y dinámico Onésimo, un hombre curtido por guerras donde no había estado, un señorito con fincas que se sentaba en el Casino de la ciudad a decir que había que acabar con la burguesía usuraria y el liberalismo caduco. Todo esto, frente a la sonrisa trastámara, escéptica, irónica, blanda y elegante de don Paco Cossío, que se bebía despacio el único whisky —dorado, anglo— que se bebía en la ciudad.