En Europa, algunos intelectuales se han alzado pidiendo la vuelta del latín religioso. Ya Valle-Inclán nos mostraba en Divinas palabras cómo el latín del culto católico, no entendido por el pueblo, ejercía sobre este una suerte de sortilegio. Cuando escuchamos una lengua que no entendemos, lo que entra en juego es una suerte de fascinación más profunda, el mero hechizo de la voz humana, y aquí cabría decir lo que Umberto Eco de la televisión: «El mensaje es la electricidad». Sí, el mensaje del latín era también la electricidad, cuando estudiábamos a los clásicos latinos, como lo era para la señora de Mingote que le decía a su párroco madrileño: «Desde que hablan ustedes en castellano, ya no entiendo nada».