Alfredón procedía de los barrios obreros y de esas largas familias de lutos y mujeres donde siempre hay alguien a quien llorar. Él se estaba haciendo por su cuenta una cultura literaria. Yo veía en Alfredón al perdedor nato de la vida, al que se quedará en una felicidad mediocre y doméstica, que en fin de cuentas es el español medio, vagamente izquierdista por su origen, vagamente derechista por su época.

Pero no quisiera hacer en estos cuadernos demasiada sociología, más bien ninguna, sino otra cosa, tampoco sé muy bien qué, a medida que avanzo. Siglos más tarde, estando yo en algún sitio firmando mi último libro, llegó Alfredón directamente desde el pasado. Nos abrazamos, nos recordamos y al pedir mi libro dijo el título equivocado. Tuve un ataque de soberbia interior, me dediqué a mi público y, ante mi indiferencia, se fue desconcertado.

¿Cómo aquel ser entrañable de toda la vida podía no saberse de memoria los títulos de todos mis libros?

A estas demencias llega el egoísmo del escritor.