MARÍA TERESA CAMPOS
A veces se ha dicho de ella que es la reina de las marujas, pero lo primero que hace falta para ser la reina de las marujas es no ser maruja. Elsa Maxwel, en un caso periodístico aproximado, reinó sobre las estrellas de Hollywood, pero sólo gracias a que no era una estrella.
A mí me llama de vez en cuando, si he sacado un libro o algo así, y sus preguntas son siempre las preguntas de la mujer despierta de la calle, del ama de casa que vive en la realidad. Después de tanta entrevista intelectual, lo de la Campos supone encontrarse con la pregunta del pueblo, con lo que realmente quiere saber el personal. Dijo Marcel Duchamp que no hay respuestas porque no hay preguntas. Efectivamente, se quedaron en el siglo XX las grandes preguntas metafísicas, pero el pueblo sigue haciendo preguntas concretas, sensatas, practicables, el precio de los garbanzos para el año que viene, los aperos de boda más adecuados para la niña, el libro para leer en vacaciones, los límites infernales de la silicona, y en este plan. Y a todas esas cosas y muchas más responde la Campos con inteligencia, con sencillez, con conocimiento. Ella le ha dicho a Amilibia una cosa ocurrente: «No soy la Virgen de Lourdes». Efectivamente, no se propone ser la Virgen de las Marujas, ni tampoco la maruja de las vírgenes (menores), sino que se limita a hacernos llegar la voz de la gente, la curiosidad del pueblo, la saludable impaciencia de las españolas y los españoles. Es la mejor en lo suyo.
Piensa uno que cada ministro debiera tener, si no algo de maruja, sí algo de Teresa Campos, esa sensibilidad que tiene ella para acercarse al personal y entenderse con el gentío sin necesidad de besar primero un largo rastro de niños sin escolarizar. Los ministros (y no hablo de las ministras, porque sería pleonasmo) necesitan salir más, que es que tienen poca calle, entrar en contacto con el marujerío, que es el que presenta los problemas menudos y pequeños, o presenta los problemas grandes por lo menudo.
No es demagogia radiofónica o televisiva. Es que la Campos sabe más de los españoles que cualquier ministro, habla con ellos/ellas todos los días, juega con el auditorio, hace concursos, y en los concursos hay también mucha sociología. Lo malo de un político, en cuanto le haces ministro, es que se va a la abstracción, a la macroeconomía, a los grandes números, pierde el contacto real con la realidad, se le olvida el precio de los tomates, si es que lo supo alguna vez. Por eso no les vendría mal un baño de multitudes, un baño de tele o radio, sentirse acosado entre las preguntas ingenuas y las preguntas salvajes, lejos de esa farsa que son las entrevistas oficiales, con cuestionario aprendido.
María Teresa Campos hace política a su manera. A lo mejor está educando al pueblo más de lo que creemos, pues que es mujer liberada intelectualmente. Un programa suyo es el espectáculo de la vida media en España, cosa que los gobiernos suelen ignorar porque están en otro rollo más importante: más importante para ellos y sus próximas elecciones. A veces se les pide «que salgan a la calle». Yo sólo les pido que vean u oigan a la Campos. Aunque ella diga que no, es la Virgen de Lourdes.
24 de enero de 2001, diario El Mundo