Una tarde me lo dijo José García Nieto en el café:
—Que me ha llamado Camilo esta mañana, que se celebran los no sé cuántos años del Viaje a la Alcarria y que quiere un homenaje en Lhardy.
Aunque yo había seguido siempre muy de cerca la vida literaria madrileña, no llegué nunca a imaginar que los homenajes se los organice uno mismo, porque, si no, no hay un dios que te homenajee. Camilo quería que entre Pepe, Marino Gómez Santos y yo montásemos el número como efluvio natural de fervor literario de las masas. Una mierda. Había que llamar por teléfono a mucha gente. Más que por odio a Camilo, por odio al teléfono, le dije a Pepe que yo no iba a hacer ni una sola llamada. García Nieto, siempre sabio, delicado y exquisito, no le dijo nada de mi abstención a Cela, de modo que, cuando llegué a Lhardy para el almuerzo, Camilo me saludó agradeciéndome los servicios prestados. Por una vez engañé a un gallego. Luego engañaría a otros muchos. Con toda la pompa y circunstancia de aquel homenaje comprendí cómo se fabrica la gloria literaria de Madrid, a mano y en casa, uno mismo. Luego aprendería que, por encima de estas efemérides, al que vale —incluido Camilo—, le va depurando el tiempo y queda de él lo que tiene que quedar. Los literatos acostumbran a confundir la gloria con los grandes banquetes, y esto es por las hambres levantadas que soportan, pero ya ha llegado a España la crítica científica y cada uno está en su sitio, con Lhardy o sin Lhardy.
Aparte los manejos de Cela, Alcarria es un libro bellísimo, sencillo, corto, lírico, realísimo, emocionante de simplicidad y talabarteado de verdad.
Para releer Alcarria, libro que prefiero entre los del autor, tengo que olvidarme de la sucia trama que montó desde Mallorca para ser recibido en Madrid como un gurú.
El hombre hace una obra de emoción limpia y el gestor de su gloria —que es él mismo, o el mismo— estropea la biografía con sus veniales manejos para conseguir una nota de prensa. El buen lector, ajeno a todo eso, lee o no lee a Cela, y a tantos otros, por instinto, por olfato, por amistades o porque la verdad sobrenada la charca de oro de los montajes.