Del término movida, el más hermoso participio creado por el cheli, nos ocuparemos ampliamente en su momento. Puede anticiparse que sus orígenes aparecen bastante claros. De basca, en cambio, no podemos decir nada concreto. Su nacimiento puede ser casual, onomatopéyico o muy restringido. Jean-Claude Coquet, a quien hemos citado aquí, dice que es eficaz todo procedimiento lingüístico que sirva para identificar y definir el objeto poético. Y el primordial objeto poético es la palabra, naturalmente. No la cosa que nombra o parece que nombra: perlas, flores, senos, ríos. No. La palabra misma como objeto fónico. Lo que el desaparecido Peter Weiss llamaba una «escultura léxica».

Así pues, no cabe decir que una palabra sea más poética (más sugerente, expresiva, afortunada o bella) por la claridad u oscuridad de su origen. Dentro de la paternidad de un idioma o un argot, todos los hijos son bastardos y todos son legítimos.

La belleza de basca es que no sabemos de dónde viene. Una gema tosca luciendo en la oscuridad de las hablas populares. La sugestión de movida es que remite a múltiples significancias del viejo verbo mover. De la penumbra cárdena de los cinturones periféricos del idioma, de la juventud, del futuro, viene la basca.